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La letra con sangre entra fue pintado por Goya entre 1780 y 1785 y se conserva en el Museo de Zaragoza (España). En esta obra Goya realiza una crítica al sistema educativo de su época mostrando una pequeña escuela en la que el maestro aparece sentado a la izquierda con un perro a sus pies mientras azota a un alumno con las nalgas al aire e inclinado para recibir el castigo. A la derecha se distinguen otros dos alumnos que acaban de recibir el castigo mientras otros se enfrascan en su tareas.La letra con sangre… ¿Entra?

Depende del significado que demos al refrán en su totalidad.
Esta frase era utilizada aludiendo, en una época en que los castigos corporales eran usados como método didáctico para motivar y estimular el estudio, que el esfuerzo es importante para aprender. Aunque los tormentos corporales han sido prohibidos (en algunos países o reinos superdesarrollados y vanguardistas hace muy, muy poco), la pregunta es: ¿Es necesario el dolor para aprender? ¿Es necesario el tedio? ¿El esfuerzo es imprescindible? 
Y si entendemos por sangre a algo diferente al castigo físico? 
Cuantas preguntas… Como podemos ir respondiéndolas?
En primer lugar, no es necesario aburrir para enseñar, ni es condición necesaria sufrir para aprender. Quisiera derribar ese mito. Es cierto que todo aprendizaje supone un cambio pero no siempre doloroso. Pese a eso aun encontramos instructores, facilitadores y docentes aburriendo a sus participantes, o pasándolos por sesiones de tortura. En este sentido entonces, la letra, con sangre, no entra.

Y cuando si?
La letra entra con sangre si entendemos como sangre a la energía y motivaciones que corren en el cuerpo del sujeto que aprende. Y despertar ese movimiento sanguíneo es un problema didáctico y creativo del diseñador didáctico y del docente.
Sangre es despertar pasión, o curiosidad, o emociones, que hagan, a la manera de Ausubel, que lo que proponemos resulte significativo para el participante.

Y eso, ¿Cómo se logra?
Se logra en primer lugar desestructurándose, tuvimos una vida escolar signada a partir de la escuela pimaria en donde había que quedarse quietito y escuchar o escribir. El asombro, la vivencia, el poner el cuerpo (no para ser castigado o aburrido), jamás estuvo en los planes de los docentes. Cuando incluyo una película que me conmueve, hago cocinar, actuar, cantar, pintar, jugar, saltar, enfrentar temores, superar obstáculos, hacer magia, malabares, entrevistas, o crear algo diferente a un alumno, estoy sacándolo de ese paradigma de enseñanza aburrida y torturante.
Pero, esas actividades…¿No se alejan de los objetivos de aprendizaje?

Depende. Si la actividad experiencial es el centro y no la reflexión que hacemos de ella, estamos haciendo solo recreación (que a veces hace tanta falta…), para que haya un salto de aprendizaje necesitamos provocar una relación entre la experiencia y la vida laboral que estamos intentando mejorar o reconstruir. Es accionar y asombrar, luego reflexionar y luego volver a accionar sobre nuestra realidad cotidiana. Si lo hacemos bien, los resultados son asombrosos, no solo en la motivación para asistir a las sesiones de formación sino también en la posibilidad de hacer de algo tedioso algo deseado y constructivo. El peligro es creer que la metodología es el fin y el centro de la actividad de aprendizaje. Entonces tenemos outdoors placenteros sin aprendizajes, formaciones vivenciales sin rescate y sin un seguimiento y entrenamiento posterior, y un final de descreimiento y de acusaciones de dilapidar los presupuestos en entretenimiento demagógico. Pan y circo, nos dirán.

¿Cuál es la labor del instructor en las metodologías alternativas?

El instructor debe tener la capacidad de hacer rescates inteligentes, de no apresurarse y dejar al grupo poder pensar y desarrollar, y de no ocupar el centro del espacio escénico que le corresponde a los verdaderos protagonistas, que son los participantes.
¿Cuándo entonces la letra entra con sangre?
La letra entra, cuándo “sangre” significa pasar por el cuerpo actividades significativas y conmovedoras, y no por un castigo físico, por tedio o por subestimar a la audiencia.

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